Llamando al rey del pozo

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El poeta ya viejo y algo cansado, apuraba su minúsculo lápiz a la par que ese último cigarrillo rubio que pendía de la comisura de sus labios, dejando escalar por su rostro un suave y sutil hilo de humo. Entre versos sonó su teléfono móvil, perdido en algún lugar de aquella sencilla habitación de hotel, quizá junto a la guitarra o debajo de la montaña de notas y libros que copaban todas las sillas y mesitas de la estancia.

El poeta leía sin inmutarse por el insistente sonido del teléfono, su rostro reflejaba a la perfección cuál era su prioridad en aquel momento creativo, momento de lucha interna por tratar de extraer de la profundidad del pozo el agua más fresca y pura, allí donde nace el bello poema que con ayuda de su fiel  instrumento a modo de cubo va recogiendo con paciencia, con sabiduría, solo como él sabía hacerlo.

Tras un corto silencio el teléfono móvil comenzó a sonar de nuevo y de una forma aún más insistente, ahora mezclándose con algunos acordes de guitarra recién nacidos, recién rescatados de ese bello pozo, inundándolo todo, envolviendo con dulzura aquel molesto ruido que entró una mañana de tormenta en nuestras vidas pensando que las mejoraría para poco después esclavizarlas por muchos años, todos los que le dejemos claro está.

El silencio se rompía de forma intermitente con nuevas llamadas, pero el poeta permanecía impasible, laborioso en su pozo, en paz, en su ceremonia personal con la poesía, mientras tanto al otro lado del teléfono, posiblemente allá, por las lejanas y frías tierras suecas, un grupo de personas impolutas, esbeltas y con gesto de extrañeza y preocupación, miraban fijamente a la mujer que sostenía el auricular del teléfono existente al final de un largo pasillo, el cual daba a un gran patio interior con una bella escalinata de piedra. No podían creerlo, era algo inaudito, jamás les había ocurrido algo parecido en la historia de su academia, gestos de preocupación se mostraban cuando alguien pasaba junto al grupo y los allí presentes asentían de forma negativa a todas las miradas curiosas.

En el mismo momento en que aquel poeta ponía nombre a su recién nacida creación, los miembros de la academia justo después de colgar el auricular de aquel viejo teléfono de baquelita y mirarse con absoluto asombro unos a otros, fueron dispersándose en silencio por aquel bello edificio.

Lejos de allí, en una vieja habitación de hotel, el poeta daba nombre a aquella nueva canción recién rescatada del pozo, se llamaría ” El poema que renunció a la gloria”.

La puerta de la habitación se abrió y alguien asomando tan solo su cabeza, se dirigió al poeta diciendo:

– Es la hora Dylan, en marcha.

Al recoger su teléfono y ver varias llamadas de un número con un prefijo largo y desconocido, pensó para si mismo mientras colgaba de su hombro su vieja guitarra:

– Alguien se debió de equivocar…

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